sábado, 24 de julio de 2010

154. Random

Bueno, estos textos los encontré en mi celular.
Son cortos y sin mucho fundamento, hechos en noches de insomnio.
Espero que la próxima vez que los revise en el móbil, los edite un poco... quizá los termine algún día, en esta misma entrada xD


ɴᴅ

1.
Esperanzadas llamadas de ayuda corroen mis oídos casi perceptivos. Las voces de mi interior las acallan, como lo hacen los gruñidos del perro del vecino.
No entiendo qué me dicen, ni porqué o de qué peligran. Sólo las oigo, distantes, como gemidos de una primeriza o gritos de terror de un gato.
Creo que piden no ser escuchadas... creo que anhelan mi despedida...

2.
Volátil sueño
yo me enredo.
Quiero escapar
de todo lugar.

3.
El aire de la ciudad taciturna
baja por las cortinas cual arañas
quien sabe que tipo de patrañas
guarde con el frío que te engaña.

Te cobijas, sí.
Intentas mantener la calma.
Pero quien sabe si así
puedas ocultar la mirada.

4.
Como tu SIM está en otro celular, no sé si esto te llegue... pero quiero que sepas cómo te sientes.
La rabia materializada en pequeños gusanos resbaladizos te está carcomiendo. Los comentarios punzocortantes de tus progenitores te calzan de manera perfecta. Tus puños tiemblan. Tu corazón late deprisa. Tu vista se queda fija en el abismo bestial que posa indecorosamente frente a ti. Tus ojos comienzan a humedecerse...
¿Qué es lo que realmente te asusta? Tan sólo fue un plato lleno de verdad. Uno vasto y servido por gente que te conoce incluso más que tú.

miércoles, 14 de julio de 2010

153. Un segundo. Descontrol.

Basada en hechos reales correspondientes al 10 de Julio del año presente.

Un Segundo.
Descontrol.



-¡Párate, párate!- vociferó Kenya a Daisy, viendo en la situación que estaban.
-Sí, sí, párate, párate- respondió torpemente, sin saber el porqué estaban varadas ahí, entre arbustos espinosos y hiedra venenosa, a unos pocos metros de profundidad.

Era un sábado caluroso para aquella localidad mas las chamarras en las dos jóvenes eran menesteres. La razón por la cuál estaban ahí era que el hermano de Daisy, Fabián, cumplía años y como rey del día decidió ir a aquél lugar frío. Él llevó a dos amigos suyos, Antonio y Bernardo, mientras a Daisy sólo la dejó llevar a una amiga, Kenya, para no aburrirse mientras ellos hacían cosas de niños.
Empezó así: los padres de los hermanos llevaron un par cuatrimotos a donde se hospedaban, una cabaña no muy arriba en la sierra, blanca e inmaculada, con tres habitaciones. Una pertenecía a los adultos que iban en el viaje, la que tenía una única cama. Las otras dos eran para los jóvenes que iban a sólo divertirse, por el motivo antes mencionado.

Al llegar los vehículos, Fabián quedó con la boca abierta. No se lo esperaba. En cuanto se entonaba apenas la canción de “Las Mañanitas” él se subió a uno acompañado de Bernardo y rápidamente se fueron.

Daisy y Kenya quedaron frente al móvil motorizado de cuatro llantas, con pintura camuflajeada. Pronto recibieron las instrucciones del sujeto que fue a la cabaña con ellas y tras dos minutos de sus explicaciones, Kenya quedó al manubrio y Daisy se subió detrás.
La maniobra para salir del porche fue asombrosa y, por desición de la castaña, Daisy, se fueron hacia su derecha, camino que la conductora desconocía.

Varios minutos transcurrieron y las quejas fluían conforme la velocidad no incrementaba.
-¿Le estás dando a todo?- preguntó la castaña.
-Sí, no siento mi pulgar... es como si es aire me lo cortara- respondió la de rosa.
-Bueno, eso es por el aire frío con el que estamos chocando continuamente. De hecho, cuando me asomo por encima de tu hombro mi cara se queda rígida. No me parece una sensación desagradable- entre risa y risa articuló.
-Pues eso es lo que siento, y más acentuado en mi dedo que está contra el acelerador- soltó un poco malhumorada, sarcásticamente malhumorada. Al ver el entorno se dio cuenta de que iban subiendo la sierra. El camino se hacía cada vez más difícil y un poco más estrecho.
Kenya le preguntó a su copiloto si quería manejar un rato. Ya se había cansado y ella no había manejado en el tiempo que la cuatrimoto estuvo en su poder.

Freno. Instrucción. Daisy baja. Freno. Kenya se recorre para ceder el volante. Nueva conductora. Acelerador.

-Tienes toda la razón. Mi rostro empieza a sentir la rigidez todo el tiempo y mi pulgar empieza a sentirse intimidado- dijo la de chamarra verde a su amiga que iba detrás, sujetada de su cintura, de rosa- ¿estamos subiendo, verdad? ¿Conoces por aquí?- y la volteó a ver de reojo, vio que hacía un gesto de negación y, con la vista en el camino de nuevo, continuó- bueno, el camino no está tan mal... el paisaje es muy bello. Lástima no me traje la cámara. Temí que se me cayera en el trayecto, al igual que mi celular... ¿tampoco te trajiste el tuyo, no?
-No. Y como el mío es más grande y no tengo bolsas... ni dónde ponerlo.
-Por allá arriba está la casa de Romina. Está vacía porque ella y su familia están de viaje en otro lugar...
–Sí, lo sabía. Me lo dijo su novio Rodrigo.
-Oh, cierto, cierto. Y creo que Pedro también lo sabía, con eso de que son súper amigos él y Romi... ¡Qué extraño! En serio que tengo envidia de él. Puede hacerse amigos y amigas muy pronto... aunque, bueno, de paso, me parece.
-¿Y qué con la casa de Romina? Tienes problemas de atención severos, Daisy.- La castaña rió un poco, primero despacio y el sonido estalló en una carcajada.
-No me digas que tú no... Ah, sí. Romina. ¿Quieres ir a verla? Debe bifurcarse el camino pronto... porque también hay otro de regreso, creo que va al pueblo.
-Sí, sí va al pueblo. Ya ubiqué en dónde estamos. Okay, vayamos a la cabaña de Romi.

En efecto el camino se dividía. Las muchachas fueron hacia arriba felices, a toda la velocidad que se le permitía al cansado motor, cantando canciones insulsas pero pegajosas.

Kenya vislumbró que su compañera iba girando un poco a la izquierda. Ese poco se transformó en un giro total.
'Hasta aquí llegamos' pensó. Cerró los ojos y al abrirlos vió que estaban estancadas entre un montón de lodo y ramas. Trozos verdes volaban por aquí y por allá.
'Ojalá Daisy no se haya lastimado mucho'

-¡Párate, párate!- vociferó Kenya a Daisy, viendo en la situación que estaban.
-Sí, sí, párate, párate- respondió torpemente, sin saber el porqué estaban varadas ahí, entre arbustos espinosos y hiedra venenosa, a unos pocos metros de profundidad.
Kenya se colocó primero de pie y ayudó a la conductora a levantarse, pues la pendiente que se le presentaba era elevada y ella parecía muy aturdida por el golpe.
-¿Estás bien? ¿Qué pasó?- nerviosa dijo, en muy poco tiempo- ¿Estás bien?- Repitió.
-Sí, sí- balbuceó la recién incorporada Daisy.
-¿Qué pasó?- intrigada y mordiéndose los labios preguntó la pelinegra con destellos rojizos.
-No lo sé. De repente estaba... y luego me desvanecí. Un desmayo tarda más. Me dormí... ¡Me dormí conduciendo!- gritando al último.
-¿Te dormiste? ¿De verdad?- preguntó Kenya con un atisbo de preocupación e ingenuidad.
-Ya me había pasado, años atrás. Hace tres no me pasaba- dijo mientras se sentaba en medio de la calle e intentaba fijar la vista en algún punto o afinar el oído para escuchar la frecuencia que no estaba dentro de su cráneo.- No tengo la conciencia como para saber lo que estoy diciendo. No me estoy escuchando y a ti te oigo lejana. La vista se me nubla... ¿qué me está pasando?- asustada inquirió.
-Estás en shock- en un tono tranquilizante objetó- se te pasará en un par de minutos. Pero... ¿qué haremos con esta cosa estancada? Ayúdame a moverla. Quizá podamos.
-De acuerdo- dijo Daisy. Sosamente se levantó.
–A la cuenta de tres. Uno... dos... ¡Tres!- las dos jóvenes halaron con fuerza de las partes traseras del vehículo que se había apagado en el golpe, sin éxito alguno.
-Bueno, no podemos. Pesa como media tonelada y creo que cada una podemos levantar apenas la mitad de nuestro peso- debatida Kenya dijo.
-Tiene que pasar alguien por aquí... - y volvió a sentarse en el suelo la castaña con chamarra verde.
-Pues sí... – en un suspiro soltó la pelinegra, resignada.

No pasaron ni cinco minutos cuando, en una pick-up color rojo, llegó la salvación. Las chicas no mencionaron nada al empezar a oír el dulce sonido de la ayuda, con sus miradas se dijeron todo. Se levantaron y miraron la cuatrimoto con desolación, emitieron un par de sonidos y comenzaron a jalar con poca fuerza.
La camioneta con cuatro personas dentro se detuvo. De ella salió un hombre, con sombrero de paja y apiñonado de nacimiento, aunque un poco bronceado por el sol.
-¿Qué les pasó?- dijo con curiosidad y con ganas de ayudar.
-Chocamos... y está atascada- se oyó de la boca de Kenya, con infinita tristeza. De la camioneta bajó otro hombre, dejando sólo a una mujer con otro señor dentro de su transporte rojo.
-¿Nos podrían ayudar a sacarla, por favor?
-Claro que sí, señoritas- exclamó el segundo hombre, con la piel más morena que el primero pero con la carencia del sombrero característico.
Fue bastante fácil sacar la cuatrimoto de aquél lugar con la ayuda de los dos hombres. Apenas salió se ofrecieron para ayudarlas un poco más.
-Pues creo que está goteando gasolina. Huele a gasolina. Una manguera está zafada, ¿lo ve?- dijo Daisy poniéndose en cunclillas verificando el estado de la maquinaria de la moto doble, camuflajeada.
-No sé dónde vaya esa manguera, señorita, pero sí huele un poco a gasolina. Menos mal está apagada.- dijo el hombre número dos.
-Gracias por su ayuda, la llevaremos caminando hasta la cabaña, para ver qué le pasó.- Insistió Kenya con un gesto dulce en su cara besada por el sol y por herencia indígena.
-No hay de qué.- dijeron los hombres al unísono mientras se subían a la pick-up.

Solas las dos pequeñas mujeres empezaron a reírse de la situación.
-No me duele nada, ¿y a ti?- Daisy dijo inocentemente.
-Es la adrenalina... de ahí la frase “te dolerá mañana”- respondió Kenya.
-Bueno, vayamos cuesta abajo con este bebé.
-¡Vamos!

jueves, 8 de julio de 2010

152. Que suman ocho.


Y llor
é toda la noche.


Cuando tú me dijiste
que me amabas con locura,
lloré toda la noche,
porque también lo hacía.

En tus labios tú guardabas
un beso para mí.
Lloré toda la noche
pues no te lo di.

Tómame de la mano
demos un paseo largo y aventurero.
Lloré toda la noche...
tu mano fría está y de vida carece.

Y lo único que me reconforta
es que tú ya no puedes llorar.
Por ti, amor,
lloraré todas las noches.

Te extraño mucho, Anndrés.
No sabes cuánto.

viernes, 2 de julio de 2010

151. Con 20 Hendiduras 25 No 3 Oblicuas


C
on 20 Hendiduras 25

No 3 Oblicuas



Sólo hasta que estuve consciente de dónde estaba me di cuenta de que no sentía mis piernas ni mis brazos.
Al primer momento me pareció de lo más peculiar, pues los veía y podía moverlos... pero no sentía el aire rompiéndose a su paso.
Mi cabeza apenas estaba ahí. Se iba desvaneciendo con cada sonido del reloj que estaba en la esquina superior izquierda del salón. Cada segundo gastaba la certeza de que aún la tenía pegada al cuello... mientras que la música a altísimo volumen me parecía lejana. Puedo asegurar que estaba realmente fuerte ya que el suelo se movía y las copas de plástico, aun llenas de bebidas con alcohol, bailaban con más ritmo que todas las personas presentes.
Los colores eran alucinantes. Rojo y morado agresivos, azul y verde tranquilos, amarillo y naranja llenos de energía, entusiasmo y felicidad. Todos formando un espiral en el centro, debajo de mí, pidiéndome de rodillas que no los pisara más. Por sus plegarias decidí sentarme justamente abajo del reloj para que sus manecillas me ayudaran a distinguir a todas las personas de la pista. Perfectos desconocidos.
Fue entonces cuando los espectros de la luz comenzaron a materializarse en seres bicéfalos con cuerpo de avestruces y empezaron a bailar. La gente se unía a ellos, dejándolos de color negro. Finalmente implotaron emitiendo el mismo sonido que se produce al chasquear los dedos.
Sacudí la cabeza y un poco después me preguntó alguien acerca de la experiencia recién vivida.
"Es cierto, claro está, la alteración hiperbólica del tiempo".