domingo, 22 de noviembre de 2009

112. Lluvia de Diamantes.

"Sentí el frío cuando se me acabó el calor"

L L U V I A
D E
D I A M A N T E S

"Hace mucho frío" pensó la joven Susana, mientras observaba a su marido abrazando la almohada. Y, acto seguido, pasó a trompicones por los pasillos hasta encontrar el regulador de la calefacción. Aumentó la temperatura 10°C, para llegar a 20°C.

No había mucho tiempo por en medio de su matrimonio.
La sociedad de Lemuria tachaba totalmente a los bastardos, e incluso, si la policía te encontraba en media calle, con un vientre hinchado y duro, y sin tu anillo de compromiso, corrías el riesgo de ser apuñalada y en ciertos casos, ver cara a cara a la huesuda muerte en el infierno más cercano.

Por esos peligros mismos decidieron consolidarse en el matrimonio. Y, aunque su relación de novios nunca fue lo suficientemente buena en varios aspectos, nadie quería la muerte de una inocente joven de apenas veinte años.

"Hace todavía frío" se dijo Susana a si misma al notar sus labios tiritantes y morados en el espejo de la cabecera. Esta vez fue al regulador con más destreza, este vez no se tropezó con la mesa de noche fuera de lugar, ni tiró la lámpara haciéndola añicos, ni se sorprendió de la calidad de sueño de Daniel, al no despertarse con el sonido de vidrios rompiéndose en pedacitos, el grito agudo que sacó de su alma, y los lamentos un tanto exagerados por una cortada en la planta del pie. Subió la temperatura ambiente a 25°C

Volvió a la cama, vio a su esposo, "¡Mi esposo!", exclamó en su cabeza un tanto consternada. "Sólo veinte años, una carrera por delante, talento, ganas de bailar... y ya estoy casada y esperando una criatura" díjose, con el par de manos acariciando su cabello, negro como la noche, y de un largo envidiable, lacio y bien cuidado.
Susana era, en realidad, una de las más bellas damas de todo Lemuria, y era popular entre hombres de todas las edades, y entre mujeres, por cuestiones de las más humildes, algunos consejos, y de las más víboras, tratando de encontrar defectos, puntas abiertas quizá. Daniel, en cambio, tenía la fama de un hombre holgazán, enfermo de alcoholismo y un poco fumador. Las malas lenguas aseguraban drogadicción y sus buenos amigos no lo trataban de más que patán. En cuanto características externas, tenía los ojos amarillos, color contrario a los de Susana, que eran de un violeta resplandeciente. Su cuerpo era de un hombre con buena sangre, alto y con una ancha espalda, que se iba en V hacia su cintura. Sus brazos eran musculosos, y sus piernas cortas. Su semblante, aun dormido, reflejaba ira y misantropía. De cabello corto y enchinado, color cobre.
Susana era pequeña, en general delgada y con buen cuerpo. Torneada desde los tobillos hasta el cuello. Su rostro era de angustia, pero de una bondad infinita. La nariz era chiquita y respingada, y sus labios se mostraban algo protuberantes a comparación de su fina cara.

Volteó a ver el reloj digital con números rojos, y marcaban las cinco de la madrugada con tres minutos. Intentó recordar a qué hora se había decidido a meterse a la cama a dormir y no pudo. "Quizá desde las once o doce..." murmuró.

Se acostó. Permaneció inmóvil 8 minutos concentrada en el número de respiraciones, y el intervalo entre cada una. Sintió el espacio vacío entre ella y Daniel, que, volteado a otro lado, susurraba nombres de distintas mujeres. Ya Susana no podía hacer nada, sabía que estaba destinada a sufrir por el error que cometió en un momento de pasión. Y entonces...
"Otra vez este frío..." Fue corriendo, dio la vuelta completa a la pequeña manija sin fijarse el número en azul que apuntaba. Y así, con calma, fue hacia la cama, no sin antes detenerse en la ventana y dar una mirada a la Luna que permanecía inmutable en el cielo ya un poco aclarecido. De reojo observó una brillante esfera de luz, que se acercaba paulatinamente. Las ganas de dormir se disiparon e, hipnotizada, la estrella se robó su alma, convirtiéndola en una espectadora.

Cuando la luminosidad ya hacía que Susana no pudiera abrir completamente los ojos, sonó el despertador, devolviendo suspiros, anhelos, lágrimas... almas en sí. Fue entonces que notó el calor que hacía en el apartamento, que sudaba color rojo y azul, y que tenía pequeñas flamas de las pantorrillas a los muslos. Corrió como pudo, intentó levantar a Daniel, y descubrió que sus intestinos estaban cocinándose poco a poco, y sus ojos ya estaban chorreados.

No encontraron nunca la razón en este caso particular, de las cenizas esparcidas, de tres seres.
Quizá fue por el diamante gigante que destruyó Lemuria, quizá porque hizo frío una madrugada.

1 sentimientos:

Anónimo dijo...

SU ENCANTO NOVELESCO..

SU HISTORIA REDUCIDA EN UNA HABITACION.. MAS.. FUERA DE ELLA.. TAMBIEN EL AGUIJON DEL PORQUE.. Y LA VIDA FUERA.. QUE CARCOME.. Y ANSIA.. AHH REVELADORA..

GRACIAS POR ESTO. DY..

FUE UN PLACER LEERTE..